Artículo publicado en el número 4 de la Revista de Investigación Malastardes de la Asociación Cultural Malastardes. Septiembre de 2023.
En el último tercio del siglo XIX, la agricultura en la provincia de Ciudad Real y en toda España pasaba por un momento inestable y muy preocupante que llevó a una situación de pobreza y atraso en el sector hasta bien entrado el siglo XX. Por un lado, las crisis económicas por la falta de recursos y la disminución de la demanda de productos agrícolas que provocaron una disminución de los ingresos de los agricultores. Por otro lado, la distribución de la tierra que era muy desigual, lo que provocó que muchos agricultores no tuvieran acceso a tierras suficientes para cultivar y que la mayoría de la tierra estuviera en manos de una élite acomodada, lo que limitaba la producción y el desarrollo agrícola en la zona. A eso, habría que añadir que la agricultura seguía siendo tradicional y poco innovadora, lo que dificultaba el aumento de la productividad y la eficiencia, contribuyendo a esta situación la falta de inversión en investigación y desarrollo agrícola. Luego estaban los fenómenos meteorológicos que aún agudizaban más esta situación: las tormentas, el pedrisco y, fundamentalmente, la sequía que provocaba la escasez de agua, agravada en extremo por la falta de sistemas de riego eficientes y la ausencia de políticas públicas para mejorar la gestión del agua.
Pero existía otro factor que amenazaba constantemente en esa época a los agricultores y a sus cultivos: las enfermedades y plagas, ya que el control de éstas requería de un conocimiento especializado y de recursos casi nunca disponibles para los afectados. Y dentro de estas plagas destacaba en el sentido negativo las de un insecto en particular: la langosta.
La langosta es un insecto perteneciente a la familia de los acridios, caracterizado por su gran tamaño, su capacidad para desplazarse en grandes grupos y su voracidad. Son insectos sociales que se agrupan en grandes bandas o enjambres que pueden alcanzar varios kilómetros de longitud. Estos grupos se mueven en busca de alimento y pueden llegar a devorar grandes extensiones de cultivos en muy poco tiempo y provocar hambrunas en las poblaciones afectadas. En España la especie de langosta que más frecuentemente se presenta como plaga es la del ortóptero Dociostaurus maroccanus, langosta común, aunque en algunas zonas predomina el Callyptamus italicus, langosta italiana. La langosta presenta dos fases, una solitaria e inofensiva, y otra gregaria que provoca enormes daños. La transformación de una fase en otra está en función de las condiciones ambientales, sobre todo en lo que a cantidad de alimento se refiere, siendo también factores de primer orden la humedad y la temperatura por su relación con el desarrollo de los huevos y la maduración de los ovarios en las hembras. La hembra introduce el abdomen en terrenos incultos y deposita los huevos rodeados de una substancia pegajosa que con la tierra adyacente forma el llamado "canuto". Emergen por abril y llegan a la fase adulta voladora por junio o julio, pasando por varios estados sucesivos: los llamados "mosquitos" que viven agrupados y apenas realizan daños, las "moscas" y "saltones", que progresivamente van ocupando mayor territorio y que, agrupados en un principio en "manchones", llegan a formar líneas o "cordones" avanzando en línea recta sin que ningún obstáculo las detenga y aumentando su voracidad paralelamente a su grado de desarrollo. Una vez alcanzada la fase adulta inician el vuelo y allí donde se detienen todo lo destruyen. La plaga es muy difícil de combatir una vez que se manifiesta en toda su virulencia.
Las plagas de langostas han sido un problema recurrente en España desde hace siglos, afectando a la agricultura y la economía del país. A lo largo de la historia, se han registrado varios episodios de plagas de langostas en distintas regiones de España, desde la Edad Media hasta la época contemporánea. La primera referencia escrita a una plaga de langosta en España data del siglo XII, cuando el rey Alfonso VII ordenó una campaña para combatir una invasión de langostas en el norte de España. En el siglo XIII la plaga de langostas más conocida fue la conocida como "La Gran Langosta". Esta plaga afectó a la mayoría de las regiones de España y Portugal, y se caracterizó por la gran cantidad de langostas que invadieron los campos y cultivos, destruyéndolos por completo. Según los relatos de la época, las langostas cubrían el cielo y el suelo, y llegaron a causar hambrunas y escasez de alimentos en la población. Hay referencias de la aparición de la plaga en el siglo XIV y XV en Castilla, Valencia y Navarra y algunas zonas de Cataluña. En el siglo XVII la langosta atacó de nuevo duramente, sobre todo en los años 1619 y 1684.
Ya en el XVIII la plaga de langosta se presenta como un mal endémico en regiones como La Mancha, Extremadura o Andalucía. Entre los años 1720 y 1740, hubo una plaga que afectó especialmente a los pueblos del Campo de Calatrava. Estos pueblos llegaron a perder sobre la cuarta parte de la población debido a la hambruna provocada por un periodo intenso de sequía y plagas de langostas. Un dato estremecedor se expresa en abril de 1725 precisamente en Miguelturra, donde los pobres malviven en una “continua plaga de langosta que ha habido de 7 años a esta parte, siendo su mantenimiento diario el pan de voltico¿ y de cebada y más el de salvado y gachas de él y del de cebada sin poderse socorrer unos a otros”, y aunque no hubiera hambruna, podía haber carestía alimentaria, como dicen en 1781 “atemperándose a comer el pan que yo, fuese de centeno o panizo, porque la injuria de los tiempos no permitía otra cosa”.(1)
Llegado el siglo XIX el problema sigue sin solucionarse y aparecen plagas importantes. Alrededor de 1837 la langosta atacó intensamente la provincia de Ciudad Real. Los daños que producía y la falta de amparo administrativo hacían que el labrador no pudiera hacer frente a las pérdidas y muchos campos se dejaban sin sembrar por temor a sus daños. En 1860, concretamente entre mayo y junio de 1860 se informa al Ministerio de Fomento de la presencia de langosta en los términos de Alcolea, Cabezarados, Ciudad Real, Corral de Calatrava, Daimiel, Miguelturra, Villanueva de San Carlos y Villarrubia de los Ojos. Hay un testimonio que nos habla de que la plaga consiguió controlarse en casi todos los municipios hacia 1863, aunque en Miguelturra no sucedió así, si bien se había iniciado una disminución del problema: “Ha desaparecido el perjudicial insecto de la langosta en el término de Viso de Marqués. Noticias favorables han recibido respecto a los terrenos de los Pozuelos, Corral de Calatrava y aldea del Rey. No sucede lo propio por desgracia respecto a los de Ciudad Real, Picón y Miguelturra, si bien se nota alguna disminución en el insecto” (2). Ya en el último cuarto del siglo apareció otra gran plaga que afectó, entre otras muchas provincias a Ciudad Real y a gran parte de sus pueblos, entre ellos Miguelturra. A ella volveremos más tarde.
Posteriormente, ya en el siglo XX, España siguió experimentando algunas plagas de langostas que afectaron diversas regiones, aunque ya no hubo eventos a gran escala como los que ocurrieron en otros lugares del mundo y las ocurridas en siglos anteriores en el propio país. Sí que hubo algunas plagas más destacadas como la que ocurrió en la década de 1950 cuando las langostas invadieron el sur de España, especialmente las regiones de Andalucía y Murcia causando importantes pérdidas en cultivos agrícolas, principalmente en olivares y viñedos, así como en pastizales. El gobierno español implementó medidas de control para combatirlas y se llevaron a cabo campañas de fumigación utilizándose el DDT (dicloro-difenil-tricloroetano) para eliminarlas. Estas acciones lograron reducir las poblaciones de langostas y controlar las plagas en cierta medida. En el siglo XXI se han seguido produciendo casos aislados (el último importante en Extremadura en 2022) pero las plagas de langostas en España son menos comunes gracias a las medidas de control y prevención implementadas por las autoridades como la aplicación de insecticidas, la fumigación y el control biológico con la introducción de depredadores naturales de las langostas.
Pero ahora nos situamos en el último cuarto del siglo XIX, concretamente en 1875, en Ciudad Real. Aunque en 1872 y 1873 la langosta atacó la provincia extendiéndose posteriormente a otras limítrofes, en este año en particular la invasión adquirió tintes dramáticos. Ciudad Real tenía afectados por la plaga más de la mitad de sus pueblos, en concreto 63 y 286.000 hectáreas de terreno. (3)
Para darnos una idea del problema, en Miguelturra, en marzo de 1876 se publicó un anuncio en el Boletín de la Provincia que decía: “el Ayuntamiento de Miguelturra tiene solicitada moratoria para el pago del tercer y cuarto trimestres de contribuciones del año económico actual, con motivo de la sequía y plaga de langosta que ha devorado la mayor parte de sus cosechas, y para lo cual tiene instruido el oportuno expediente”. (4)
Una serie de factores hizo que el problema se incrementara y agravara en los años sucesivos. Entre estos factores nos encontramos con los sistemas de control usados hasta el momento que se basaban en la quema de rastrojos, la fumigación con humo, el control manual, la introducción de depredadores naturales como aves rapaces e insectos y las barreras con trampas (cercas con fosos llenos de agua, aceite o sustancias pegajosas que atrapaban a las langostas en su camino hacia los campos de cultivo), sistemas que eran muy limitados y en muchos casos ineficaces. Aunque si es cierto que estas medidas fueron el inicio de una larga historia de investigación y desarrollo de técnicas más avanzadas y efectivas para prevenir y controlar las plagas de langostas. Luego estaba la oposición de los propios particulares a cumplir con las disposiciones vigentes evitando la arada de los terrenos infestados, a lo que había que añadir la falta de recursos, los pocos fondos que aportaba el gobierno y la malversación de estos fondos.
Así, la langosta volvió a reaparecer con fuerza a partir de 1882, asolando la provincia de Ciudad Real en el año1883 y ampliándose en los siguientes años hasta casi final de siglo.
Las noticias sobre los daños ocasionados por la langosta en Miguelturra en los años correspondientes a las últimas dos décadas del siglo XIX eran alarmantes y descorazonadores al inicio y algo más leves al transcurrir de los años. En los siguientes fragmentos de noticias de prensa sobre los efectos de la plaga en Miguelturra de esos años ordenadas cronológicamente podemos observar esa evolución:
“Ya se ha presentado la plaga de langostas en Miguelturra. Los hortelanos hacen esfuerzos por salvar su cosecha, valiéndose de banderolas de lienzo para espantarla, pero estos esfuerzos son caros por los brazos que se necesitan e inútiles al fin por la mucha que hay.” (5)
“En las huertas de Manzanares y Miguelturra no ha quedado hortaliza alguna que no se haya comido.” (6).
“Los pueblos más importantes de La Mancha como Almagro, Daimiel, Miguelturra, La Calzada, Valdepeñas, etc., etc. han visto desaparecer sus cosechas en pocos días.” (7)
Acerca de los mosquitos de langosta enterrados: “En Ciudad Real van ya enterradas 5.000 arrobas y 2.000 en Miguelturra.” (8)
“Autorizar al alcalde de Miguelturra para emplear el ganado de cerda en el saneamiento de las tierras infectadas de canuto de langosta” (9)
“En el término municipal de Miguelturra hay 263 hectáreas; divididas en 7 parcelas de terrenos de labor y pastos acotadas por hallarse infectadas de germen de langosta.” (10)
“En Miguelturra han aparecido estos últimos días bastantes cordones de langosta.” (11)
Entre la desesperanza y catastrofismo de los primeros años y la esperanza de los últimos ocurrieron varios factores que aliviaron y controlaros las plagas. En ellos tuvieron gran parte de responsabilidad dos miguelturreños que dedicaron su vida en esos años a mejorar las condiciones de los agricultores y a luchar por resolver sus problemas.
El primero de ellos es nuestro ilustre Francisco Rivas Moreno que además de ser, entre otras cosas, periodista, político, escritor, intelectual, regenerador social e impulsor y creador de las cajas de ahorro rurales; era hijo de familia de agricultores a los que la tragedia que ocasionaron las plagas de langostas había afectado directamente y que se volcó en intentar solucionar y aliviar este grave problema. De hecho, escribió varios libros en la época que nos ocupa en los que intentaba expresar soluciones para acabar con las plagas: La plaga de la langosta, Juicio crítico del proyecto de ley de Extinción de la Langosta, La crisis agrícola: sus causas y remedios o La plaga de la langosta: sus estragos y medios para combatirla.
Rivas Moreno argumentaba que no se había innovado nada desde hace muchos años en los procedimientos utilizados en las campañas contra las plagas de langosta, que existía una gran apatía por parte de los propietarios y juntas locales que se conformaban con pensar que las plagas eran un castigo del cielo contra el que no se podía luchar y que los estamentos oficiales hacían oídos sordos a las reclamaciones de ayuda de los agricultores.
Ante esta situación, y después de haber estudiado concienzudamente como se intentaban controlar estas plagas en otros países afectados como Chipre, la India, Italia, Argelia o México, estableció la estrategia a seguir en varios frentes para acabar o mitigar este problema:
En cuanto a las formas de combatir la langosta, propugnaba que era básico atacar al insecto cuando aún estaba en la etapa de “mosquito”, ya que cuando se convertía en adulto era prácticamente imposible su exterminio y apostó principalmente por:
• la quema de combustible: se utilizaba principalmente gasolina para, una vez conducidas las larvas de langosta a trampas o corralillos realizadas en el suelo prenderles fuego; posteriormente se empezó a usar el cinc para hacer esos caminos y esos “corrales”
• el uso de depredadores naturales, como, por ejemplo, cerdos y aves insectívoras y
• los tratamientos químicos: se esparcían sobre los cultivos y áreas donde los canutos de las langostas estaban presentes productos como el arsénico, sulfato de cobre o ácido sulfúrico.
Defendía que las campañas debían estar dirigidas por ingenieros agrónomos que, a su vez, debían contar con peritos agrícolas para que la labor fuera rápida y eficaz.
Otra de las batallas de Rivas Moreno fue la de crear Juntas Centrales contra la plaga de langosta y legislar las acciones que había que tomar para combatirlas y de ahí conseguir subvenciones del Ministerio de Fomento para que los agricultores pudieran comprar los materiales necesarios para combatirla. Además, que ese dinero llegara de forma rápida, directa y en tiempo adecuado a los afectados y no se perdiera por el camino, acabara en manos que nada tenían que ver con el tema o llegara tarde cuando ya no había solución para los cultivos.
Rivas Moreno dio un paso más allá e intentó también que los agricultores se pudieran beneficiar de la langosta gracias a su aprovechamiento. Para ello recopiló información y propuso varias ideas: como alimento para los animales, como abono y para obtener de la grasa de langosta productos como jabones, aceites perfumados, aceite para adobar pieles, aceite para obtener luz, margarinas, etc.
Por último, también apostó por algo que tuvo presente durante toda su trayectoria profesional: la formación de los agricultores, algo que consideraba básico para que éstos pudieran saber hacer frente a todas las situaciones que se le plantearan en su trabajo.
La importancia y el empeño de Francisco Rivas resultó vital esos años para controlar este terrible mal para el campo y las familias que vivían de él.
Pero también destacó otro miguelturreño en la labor de controlar las plagas por esos años, fue precisamente el hermano de Francisco, Ramón Rivas Moreno. Ramón nació en Miguelturra el 4 de junio de 1859 y obtuvo con brillantez el título de ingeniero agrónomo en el Instituto Agrícola de Alfonso XII.
Para hacer frente a la extinción de las plagas de langosta en esa época, y como hemos apuntando anteriormente en las soluciones que propugnaba Francisco Rivas, se elaboraron una serie de disposiciones legislativas y se crearon unas comisiones encargadas de llevar a cabo las labores de extinción. Estas comisiones para la extinción de la langosta tenían carácter provincial y estaban formadas por ingenieros agrónomos y peritos que estudiaban las formas de extinguir las plagas, examinaban las zonas infectadas de langosta y coordinaban los trabajos necesarios para su erradicación. Pues bien, Ramón era desde 1887 el jefe de la Comisión técnica de extinción de la plaga de langosta en la provincia de Ciudad Real. En ella desarrolló una gran labor, tanto que “al haber realizado su trabajo con tanto celo y acierto en las dos campañas que dirigió, la plaga estaba próxima a desaparecer.” (12)
Desgraciadamente, trabajando para esta Comisión, sufrió un trágico accidente cuando la barca en la que viajaba junto con otras cuatro personas por una de los parajes de las Tablas de Daimiel conocido como el Cachón de la Leona volcó un 6 de mayo de 1890. Perecieron además del propio Ramón que era el ingeniero jefe, el teniente alcalde de Daimiel Salvador Torres, el estudiante de derecho Manuel Mauri y el alguacil de Daimiel Vicente Madridejos. Solo pudo salvarse el perito auxiliar Juan José Villegas.
Ramón tenía apenas 30 años y la muerte le sorprendió truncando lo que prometía ser el brillante futuro de una persona que se había consagrado en absoluto a su carrera, apartándose de luchas políticas y enemistades y disfrutando haciendo el bien a los demás. “Contaba con un carácter afable y bondadoso que le había conquistado generales y merecidas simpatías en la provincia de Ciudad Real, y entre sus jefes y compañeros se le estimaba por su modestia y laboriosidad.” (13)
Francisco Rivas escribió al respecto de su hermano: “Yo he luchado con perseverancia para evitar que otros pasen por ciertas tristezas, a consecuencia de los estragos que desde hace bastantes años viene haciendo la plaga de langosta y cuando mis aspiraciones estaban próximas a realizarse colmando mi satisfacción el hecho de ser mi hermano uno de los que más eficazmente contribuían a librar a la agricultura del terrible azote, la fatalidad ha querido que tengamos que llorar su pérdida a consecuencia de una de esas desgracias que abren en el corazón tan profunda herida que jamás cicatriza.”
Es muy posible que, sin el trabajo, la dedicación y el desvelo de estos dos miguelturreños, el problema de este tipo de plagas hubiera tenido unas consecuencias aún mucho más trágicas y demoledoras de lo que ya lo fueron.
Citas:
(1) Plagas de langosta y meteorología adversa como calamidades públicas en el Campo de Calatrava (siglo XVIII) por Santiago Donoso, Sociólogo y Doctor por la Universidad Rey Juan Carlos. AEMET Blog. 1 de julio de 2016.
(2) La Correspondencia de España (16/06/1863).
(3) La provincias y pueblos invadidos por la langosta (Agustín Salido). Murcia. 1875
(4) Boletín Oficial de Ciudad Real (17/03/1876)
(5) El Correo (11/07/1883)
(6) El Correo (20/07/1883)
(7) La Crónica (10/08/1883)
(8) El Correo (16/05/1884)
(9) Boletín Oficial de Ciudad Real (22/10/1884)
(10) El Eco de Daimiel (27/10/1886)
(11) El Eco de Daimiel (22/05/1889)
(12) La Ilustración Española y Americana (15/06/1890)
(13) La Ilustración Española y Americana (15/06/1890)
Fuentes:
• La plaga de langosta en España. Ministerio de Agricultura
• La plaga de la langosta: sus estragos y medios para combatirla. Francisco Rivas Moreno. Imprenta de José Quesada. Madrid. 1890