MIGUELTURRA EN OBRAS LITERARIAS Y PUBLICACIONES – POESÍAS ESCOGIDAS DE JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA

 

Siguiendo con el recorrido de la utilización de Miguelturra en obras literarias nos encontramos con un romance escrito por el polifacético autor valenciano Joaquín Lorenzo Villanueva (fue escritor, clérigo, político, diputado en las Cortes de Cádiz, ministro plenipotenciario, miembro de la Real Academia Española, miembro de la Real Academia de la Historia e historiador) y que viene recogido en la obra “Poesías escogidas” del año 1833.

La mención a Miguelturra aparece en un romance de tipo irónico, burlesco y con tintes de hipérbole en el que el autor describe un viaje “gastronómico” desde Madrid a La Mancha, pasando por Toledo. Curiosamente hay un hecho que narra en el poema que es autobiográfico y es que, efectivamente Villanueva tuvo que irse de Madrid tras los sucesos del 2 de mayo. El título de la poesía es El cuento de los carros:

A contarte empecé ayer,

Mendo, el cuento de los carros,

y entró aquel destripacuentos,

que es un insigne pelmazo.

Hoy que nadie nos joroba,

te le ensartaré en dos trancos,

antes que el tal martagón

se nos venga a destriparlo.

Quedamos en que salí

de Madrid el dos de M a y o

huyendo del cañoneo...

¿Cenamos, o no cenamos?

¿dónde andará el tal Belin?

¿se habrá ido a picos pardos?

Belin... Señor... Pon la mesa,

que ya está cantando el gallo...

Sin más que levita y gorro,

corbata y sombrero gacho,

sin guía ni pasaporte

salí medio turulato...

Seis perdices nos ha puesto:

Belin es un perdulario:

¡toma! y ocho codornices,

y medio jamón y un pavo.

¿Crees que somos de Jauja,

o que estamos ayunando?

Un siglo para sacar

hoy la tripa de mal año.

Llegué pues a Villaverde

molido, como si a palos

me hubieran hecho una alheña

los nervios del espinazo...

¡Ola, el vinillo! Ahí es nada,

cuatro botellas y un frasco

del puro de Cariñena:

bien podemos beber largo.

Di, Belin, y este clarete

¿ha venido de regalo?

¿y no respondes? ¿estás lelo?

Pues como iba relatando,

de Villaverde a Toledo

a lomo me llevó un asno:

y yo fui más asno que él,

pues por no sufrir su paso,

enfadado eché pie a tierra....

Trincha ese pájaro asado,

mientras de las perdicillas

doy yo cuenta al escribano.

Llegué al fin a Talavera,

¿más cómo? pisando barros,

y dejé en un chapatal

las medias y los zapatos...

¿Sabes que digo? Mejor

será que echemos dos tragos,

que de tanto hablar se pone

la lengua como un esparto.

Un bálsamo es el tintillo:

echa, y no cuentes los vasos.

¿no probamos el jamón?...

Como digo, un puro charco

era el pago de Cebolla,

y yo hecho un fraile descalzo.

Dirás tal vez: Alcornoque,

¿y cuando vienen los carros?

los carros aún están lejos,

porque tardé en alcanzarlos:

Y he dicho mal: están cerca,

porque voy a dar un salto.

Te pintaré al carretero,

que bien merece un retrato.

¡Si vieras qué mozancón!

Si digo que era más alto

que la torre de Tavira,

no le marraría un palmo.

Montera piramidal

que se iba cogote abajo,

pelo que a los pasajeros

pedía un peine prestado,

pecho asomado al balcón

en invierno y en verano...

Tres pepinos te has comido:

¿piensas tú que soy cegato?

¿y que no observo la acucia

con que zampas a destajo?

De los pepinos ni el tufo:

mejor te sentara el apio.

El pepino es indigesto,

a él le debí un entripado:

con el apio digirieras,

aun cuando comieses clavos...

Pero vuélvome a mi historia:

tenía el carro dos machos,

el uno tuerto de un ojo,

que de los dos fuera chasco:

El segundo fue rabón

desde que quedó sin rabo:

por cuya regla pelones

llamamos hoy a los calvos:

más esto es de la Academia:

metíme en el escusado.

De Toledo atravesé

los cerros y los barrancos,

y a dar vine a Miguelturra,

do dicen que nació Sancho.

Esta exótica anécdota

no la saben más de cuatro,

revelómela a mí un ciego

al venderme un calendario.

Ya estamos en la palestra...

Lindamente hemos cenado.

¿De dónde saldrá este gas

que se me sube a los cascos?

El hilo perdí del cuento:

no sé de qué estaba hablando.

¿He salido de la Mancha?

Pero pregunto: ¿Y he entrado?

¡Oh Mancha! ¡Mancha! En ti fue

mi tremebundo fracaso.

No me olvidare de ti,

venterillo desalmado,

que me hiciste pagar liebre,

y me diste a comer gato.

Estas lúgubres memorias,

aun después de tantos años,

me apestan, me vuelven loco:

pero mejor es no hurgallo.

Cata al salir de la venta

el primer carro atestado

de sacas de lana churra

que llegaban a los aros.

¿Y mi asiento? Sobre el toldo

podéis a placer sentaros.

Aquí perdí los estribos,

y aún no he podido encontrallos.

Mucho desatino, Mendo,

y no es por culpa del jarro,

que un azumbre no es beber,

y menos si el vino es rancio.

Pero a bien que de esta fiebre

quedaré limpio roncando,

que así se limpiaban de ella

persas, siros y tebanos.

Hazme mañana memoria

del toldo de mis pecados:

Y acabada esta aventura,

Iremos al otro carro.

En el fragmento en el que nombra a Miguelturra hace el autor una revelación sorprendente: Sancho Panza nació en Miguelturra, aunque, teniendo en cuenta el tono humorístico de la obra y, la frase siguiente en la que nos cuenta que se lo reveló un ciego cuando le vendió un calendario, nos damos cuenta rápidamente que se trata simplemente de una de las muchas bromas y chanzas que incluye en el poema.

De hecho, Sancho Panza es un personaje ficticio al que Cervantes no dio lugar de nacimiento, aunque posteriormente si ha dado mucho juego la especulación sobre cuál podría ser ese lugar. Así, el escritor Paco Arenas lo sitúa en su localidad natal, el municipio conquense de Pinarejos tal y como refleja en su obra Los manuscritos de Teresa Panza.

En cuanto a Joaquín Lorenzo Villanueva, autor que tiene a bien mencionar a Miguelturra en esta obra hay que decir, aparte de su mencionado polifacetismo, que tuvo una intensa vida no exenta de polémicas y problemas varios.

Su nombre completo era Joaquín Lorenzo Villanueva y Astengo y nació en Játiva (Valencia) el 10 de agosto de 1757 en el seno de una familia tradicionalmente dedicada a las letras y a la política y vinculada con el clero. Se graduó en Artes en la Universidad de Valencia en 1772 y en 1776 obtuvo el doctorado en Teología. Una vez doctorado, fue catedrático de Filosofía en el Seminario de Orihuela y profesor de Teología en el seminario de San Carlos (Salamanca). Además de a la enseñanza, Villanueva dedicó su vida a la iglesia, a la política y a la escritura. Tras ordenarse sacerdote en marzo de 1782, fue nombrado predicador real y calificador del Santo Oficio de 1783 a 1808 (aunque en 1804 fue denunciado a la Inquisición por predicar ideas “jansenistas”), año en que, como ya cité, se marchó de Madrid tras los sucesos del 2 de mayo y el nombramiento como monarca de José I Bonaparte, pues se mostró partidario sin titubeos de la resistencia española.

Hacia 1774 inició su actividad literaria y el 13 de diciembre de 1796 fue elegido académico de número por la R.A.E. ocupando el sillón de la letra X. En esta institución fue bibliotecario. Desde 1804 fue miembro también de la Real Academia de la Historia y en abril de 1807 ingresó en la Orden de Carlos III.

En 1810 fue nombrado canónigo de Cuenca y se volcó en la vida política. Primero como diputado por Valencia en las Cortes de Cádiz donde desempeñó un papel muy relevante, tanto por sus numerosas intervenciones como por su decisiva actuación en la Comisión Eclesiástica. Y después como ministro plenipotenciario ante la Santa Sede en 1822, aunque el papa rechazó su candidatura. Partidario del absolutismo fernandino, poco a poco fue cediendo ante el espíritu liberalista, lo que supuso que fuera penalizado por el monarca. Encarcelado y exiliado durante un tiempo y rechazado por la Santa Sede como embajador en 1822, la restauración del absolutismo en 1823 provocó su exilio definitivo. De Gibraltar se trasladó a Tánger y de allí a Dublín y a Londres. 

En el exilio, su polémica actividad literaria se convirtió en su principal ocupación. y figuró en innumerables polémicas político-religiosas.

Durante su vida escribió numerosas obras religiosas, políticas, históricas, autobiográficas, artículos periodísticos, poesías…

Murió en Dublín el 26 de marzo de 1837. Sus huesos descansan, desde entonces, en el cementerio dublinés de Glasnevin.


Fuentes:

- Poesías escogidas (Joaquín Lorenzo Villanueva). Imprenta de T. O’Flanagan. Dublín. 1833

- Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia:  Joaquín Lorenzo Villanueva

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